Por Leandro Coccioli
Jesús nos enseña que para entrar en el Reino de los Cielos, debemos hacernos pequeños como niños (Mt 18, 3-4). Esto significa que debemos hacernos dependientes de Dios como lo es un niño de sus padres, totalmente confiados y abandonados en sus brazos y protección. Este espíritu de infancia se extiende también a todas las dimensiones espirituales del hombre, entre ellas, la más importante, la que nos une a Dios, nuestra relación con Él, que es la vida de oración. Debemos por lo tanto, también, orar como niños.
Los niños no saben orar, no saben hablarle a Dios, tienen que repetir lo que le dicen sus padres para poder dirigirse al Señor. Y aquí entra el rosario diario, que es una oración de repetición, una oración de niños. El hombre humilde y pequeño, que se hace como niño, se olvida de sus capacidades y se confía a la capacidad, al poder y a la revelación de Dios, al modo en que Dios quiere que se dirija a Él, que está expresado en la oración del santo rosario cotidiano. Si vamos a hacernos niños, ante todo, debemos orar como niños, y por lo tanto, rezar y rezar, que nuestra oración se convierta en un rezo abandonado, un suplicante e insistente balbuceo infantil de Avemarías, que cada Avemaría sea un «mami, mami», y que no podamos hacer otra cosa que pensar en el misterio de Jesús contenido en cada decena.
Simplificando de este modo nuestra oración, rezando como niños, comenzaremos a disponernos para ser transformados, empequeñecidos en todo, para ser engrandecidos por la gracia y esperar con fe la gran gloria que Dios promete, y que anticipa por la felicidad y paz que se experimenta ya en esta vida, a quienes mueren a sí mismos y se hacen unos niñitos en sus brazos en todo, absolutamente en todo, comenzando por la forma de oración.
1 comentario:
Muy interesante y bueno lo que pones en el post, aparte siemrpe es bueno para despejar la cabeza, encontrar iluminacion y recordar a la gente que lo necesita poder rezar un rosario
Publicar un comentario